Amo Allá en la ruta del río Bailón:


Con tintes épicos podríamos adornar la experiencia vivida el domingo 11 de marzo en la serranía de Cabra, ya que para la heroicidad sólo faltó apenas un motivo. Y es que la meteorología de montaña no es tan previsible como pensábamos, y jugó una mala pasada durante todo el recorrido de la ruta del río Bailón a los 40 expedicionarios, dos de ellos niños, que animosos emprendimos el camino de Cabra con más nubes que claros. Nos llovió con desahogo, nos venteó desde poniente a levante y hasta nos granizó, sumado al frío propio de la altitud. A pesar de ello, llegamos en tiempo y desigual forma a la hora prevista al final del camino, donde nos esperaba el dulce hogar, llámese autocar, con las ansiadas mudas. A toro pasado, pienso que no hubiese estado de más una señal de advertencia al comienzo de la ruta por parte de los gestores del parque, puesto que en esas circunstancias era irrealizable.

A pesar de todas las dificultades, la fuerza del grupo consiguió lo que por momentos pareció insalvable: 

Abandonando la carretera que accede a la ermita nos adentramos en la singular formación kárstica del poljé de La Nava, una gran llanura producto de la acción continuada del agua sobre los materiales calizos, muy humedecida por la pertinaz lluvia. Siempre con el molesto viento y el aguacero, nos dirigimos a las cascadas de Las Chorreras que forma el arroyo de la Fuenseca en la intersección con el Navazuelo. El cauce iba muy crecido y dibujaba una desbocada y ruidosa cortina de agua que nos impresionó. Numerosos regueros inundaban la planicie alfombrada de calizas de variadas formas y tamaños, que teníamos que cruzar en el sentido de la marcha cuando nos dirigimos Bailón abajo hasta la Fuenfría, donde disfrutamos de lo único caliente a kilómetros a la redonda, el chocolate de Josefina, ¡qué grande y que bueno! Un bosque tupido de quejigos y encinas nos abrazó a continuación mientras degustábamos al paso el bocadillo por entre senderos sinuosos de cabras, siempre en sentido descendente. La presencia del río se hacía cada vez más notoria con su ruidosa bravura y el pesimismo nos golpeó, primero cuando tuvimos que vadear uno de sus emisarios, el arroyo del Moreno y Zarzilla, con el agua por las rodillas y poco después cuando llegamos al primero de los pasos que atraviesan el Bailón. Imposible pasar por la anchura y violencia del agua. Cuando la lluvia seguía machacona minando nuestra moral a pesar del ejemplo de los dos pequeños, el desánimo se disipó en forma de ruta alternativa ladera arriba que nos llevó por el camino del Cañón del Bailón a la carretera de la cueva de los Murciélagos y desde ahí más relajados,  los últimos 3 km. hasta Zuheros.

En resumen, una ruta con muchos bemoles como los del club, con mejor ambiente que clima, con dos críos portentosos Cristina y Álvaro y una naturaleza en estado puro un tanto remisa a ser contemplada.

Un lugar al que hay que volver mejor petrechados...si el tiempo no lo impide.































Por Francisco Toscano Galisteo.

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