II Desafío Ruta de las Estaciones


Hace varios años ya que me planteé que me encantaría participar en carreras de ultrafondo. Sin embargo, por unas causas u otras, el debut no se produjo hasta ayer mismo. Inscrito desde hace 5 meses, parecía que me sobraba tiempo para preparar el reto.

56 km por una vía verde sonaban bien. Desde la perspectiva de un lego, no parece tanto como las grandes de 72 km de la Desértica o los 101 de Ronda. Lo restante ya se sabe. Entrenar, entrenar y entrenar, en un verano que ha resultado sofocante y tratando de medir bien para no caer ni lesionado ni agotado. En el debe, me he quedado corto en los kilometrajes. Se necesitan tiradas más largas. Pero, esa será otra historia y otras carreras.


En lo deportivo, hasta aquí. Todos estos planes se vinieron abajo el mismo lunes. Mientras curraba, se nos vino encima a una compañera y a mí una estantería gigante y cargada de peso. Resultado: nos tuvieron que sacar de debajo de la misma los compañeros del trabajo. Golpes, magulladuras, heridas en la cabeza y el brazo y el hombro derecho prácticamente en cabestrillo y con unos dolores horribles. Y todavía agradezco a quién corresponda el haber salido de allí abajo para contarlo. Imposible descansar los tres días siguientes. Poca esperanza tenía de poder presentarme en la salida. Fui recuperando poco a poco. El miércoles probé a trotar y era imposible, me detuvo el dolor. Por no alargar la agonía, el domingo me presenté en la salida sin saber cuánto tiempo aguantaría pero no estaba dispuesto a abandonar sin intentarlo.

Una línea de salida muy decepcionante por los pocos corredores que afrontábamos el reto. No creo que superásemos las cincuenta personas. No me importaba mucho porque yo ya llevaba mi carrera pintada en la cabeza. Desde la salida, un grupo de unos 10 atletas se marchan y a pesar de que el ritmo no es alto, consigo desconectar de ellos y ceñirme a lo preparado. Una marcha, aparentemente cómoda, que no me hacía sufrir en los primeros 20 kilómetros. Los avituallamientos, bastante deficientes pero al menos, aparecían. Entre el 20 y el 30, comienzan a aparecer las primeras señales de que lo voy a pasar mal, aunque van cayendo los kilómetros sin demasiados contratiempos. Entro en la zona oscura, aquella a la que no he llevado al cuerpo en los entrenos. El calor, más de 30 grados, ir solo y el hecho de ver la meta tan lejos aún me van minando la resistencia. 

Empieza entonces de verdad a funcionar la cabeza. Sabes que te quedan tres horas largas, que tus piernas te piden parar, pero no estás dispuesto a hacerlo. Te planteas ya, correr 800 metros y andar 200 y poco a poco vas quitando metros a esas series de trote. Luego, miras al frente y te planteas llegar a aquel puente, a aquel árbol y al final acabas por no plantearte nada. El tiempo pasa inexorable. Y a las 13 horas, con 4 horas de carrera pasas por el km 40. No crees que pueda ser peor, pero lo es, porque ya tus piernas no corren y empiezas a sentir los avisos de calambres. Por el camino, encuentras a compañeros de carrera, que no pueden más y lo dejan. En uno de esos pobres avituallamientos, me comentan que voy 7 en carrera, como si eso a esas alturas pudiera animarte. 

Contar las 2 horas y cuarto finales no tiene mucho sentido. Andar, resistir, no parar, seguir bebiendo, seguir pensando en positivo, celebrar en silencio cada kilómetro que termina y restar.

Simplemente, compañeros/as del club, para que veáis como terminé, me fue casi imposible entrar corriendo en meta. Tal era el grado de agotamiento. 


El trofeo, el puesto, el tiempo empleado, lo aprendido, las felicitaciones posteriores, e incluso esta crónica son el recuerdo que me quedará de la carrera más dura que he hecho hasta hoy. Porque, cuando en una semana las piernas estén descansadas, sé que mi mente inquieta me meterá en alguna más larga, más dura y más épica.

Hoy en casa, sigo dolorido de piernas, dañado en el brazo y hombro, pero orgulloso de no haberme rendido a pesar de las adversidades. Al fin y al cabo, soy uno de esos tipos que va por ahí diciendo que hay que luchar contra viento y marea para cumplir con nuestros sueños. Y no iba a dejar que precisamente los libros acabaran con los míos. 



Cristóbal Jiménez.

 

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