Nenikékánen. Once aguilarenses en la XXX Maratón de Sevilla, by Bernardo Claros



         “Si quieres correr corre una milla. Si quieres experimentar una vida diferente, corre una maratón”, eso decía Emil Zatopek, considerado el mejor atleta de todos los tiempos, y pueden corroborarlo todos los que han terminado una maratón. Dicen que en la vida hay que hacer tres cosas: escribir un libro, tener un hijo y plantar un árbol, yo añadiría correr una maratón, al menos ese era mi objetivo. La aventura no comienza en la linea de salida, ni siquiera tres meses antes cuando comienzas la preparación específica, sino que son varios años de entrenamiento hasta que te decides a intentarlo. Requiere mucha constancia, esfuerzo, disciplina y sacrificio. Tener que renunciar a muchas cosas y no ser siempre comprendido, pero te aseguro que merece la pena.
          El pasado 23 de Febrero, once aguilarenses nos sumergimos en la marea de más de 9000 corredores venidos desde todos los rincones del mundo para buscar un sueño que perseguimos durante años. Para casi ninguno de nosotros era la primera vez pero la emoción y los nervios son similares en cada una. Actualmente somos más de 30 los aguilarenses que hemos corrido una marartón, cada uno con su historia particular y todos con un inmenso mérito, no siempre correspondiente con su marca, y esperamos que esta cifra siga aumentando cada vez más.
          El maratón trata de rememorar la heroica carrera de Filípides desde la llanura de Maratón hasta la ciudad de Atenas para informar del triunfo de las tropas helenas sobre los persas en el 490 a.C. La distancia entre Maratón y Atenas es de aproximadamente 40 kilómetros y Filípides debía recorrerlos velozmente ya que si no llegaba a tiempo los atenienses iban a quemar la ciudad y matar a los niños creyendo que habían sido derrotados.
          En los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna se quiso recordar la gloria de la Grecia antigua y se decidió realizar una carrera para homenajear la hazaña de Filípides. Por suerte los organizadores no estaban bien informados e ignoraron que la auténtica ruta de Filípides pasaba antes por Esparta, lo que supondría unos 240 kilómteros. La distancia de la maratón fue variando hasta que se estableció de forma definitiva los 42195 metros de los que constan todas las maratones actuales en 1921, fijando como referencia la que se había corrido en Londres unos años antes en la que se alargó la distancia hasta 42 kilómetros para que pudiera salir desde el castillo de Windsor, residencia de verano de la familia real inglesa. Cuenta la leyenda que el día de la carrera estaba lloviendo y la reina no quiso salir afuera, por lo que se retrasó la salida 195 metros hasta la puerta del castillo  para que esta pudiera dar la salida sin mojarse.
          No hace falta saber todo eso para correr la maratón, pero sí muchas horas de entrenamiento a solas o en compañía para afrontar el reto con garantías, aunque nunca estás seguro de poder lograrlo hasta que no cruzas la línea de meta. Siempre digo a los que quieren correr su primera maratón que lo más duro de correr la maratón es prepararla, si haces una buena preparación el éxito está asegurado y es que no valen excusas para entrenar: series, rodajes, tiradas largas, cuestas, fartlek, con lluvia, frío, viento, de noche, a solas, con pocas horas de sueño, pegándose el madrugón o casi a oscuras, como buenamente cada uno pueda, pero si quieres conseguirlo tienes que imponerte una disciplina. Y aún así eso no garantiza que vayas a hacer la marca propuesta.
          El atletismo popular te permite el lujo de compartir carrera con tus ídolos, algo poco accesible en otros deportes. En la pasada maratón de Sevilla algunos pudimos compartir unos kilómetros con todo un bicampeón del mundo como Abel Antón en el mismo escenario en el que alcanzó el triunfo en 1999. Es algo así como para un fan del fútbol echar un partidillo con Zidane o Iniesta.
          El 23 de febrero Antonio, Pepe, Pino, Manolo, Agustín, José Antonio y yo después de apenas dormir esa noche por los nervios, salimos en furgoneta a las 6 de la mañana rumbo a Sevilla donde nos esperaban Pepe, David y Andrés para enfrentarnos a la maratón. La última semana se hace eterna, parece que no llega la fecha señalada, la falta de entrenamiento te hacen estar más irritable y obsesionado por el miedo a sufrir una lesión o enfermedad que te impida cumplir tu objetivo. Llegamos al estadio olímpico aún de noche, el ambiente empieza a calentarse a pesar del frío de la mañana, empezamos a prepararnos, los dorsales, la vaselina, los geles, una última visita al baño, todo listo. Una última foto que deje testimonio de la hazaña y nos dirigimos trotando un poco hacia la línea de salida. Los últimos minutos se mezcla el nerviosisimo y la euforia por lo que estás a punto de hacer. El ambiente es emocionante, el speaker se esfuerza por motivarnos pero no hace falta, al ritmo de Highway to hell comienzan unas tres horas de sufrimiento y disfrute, nuestro particular camino a la gloria.
          Nada más salir David tuvo la mala suerte de recaer de una lesión y tener que retirarse en el primer kilómetro, son los problemas de la maratón, una lesión inesperada de última hora puede hacerte tirar por la borda todo el trabajo de tantos meses. Agustín, Franco, Manolo y Andrés tiraron para adelante y detrás formamos un grupo los demás sobre 4:30 minutos el kilómetro. Los primeros kilómetros son sencillos, puedes mantener un buen ritmo sin esfuerzo mientras bromeas con los compañeros y te dedicas a disfrutar del paisaje: la Torre del Oro, la Maestranza.... vamos haciendo un poco de turismo entre comentarios graciosos que ayudan a relajar los nervios. Todavía no ha empezado la verdadera maratón, más vale ir ahorrando fuerzas y tomárselo con calma. Conviene no pasarse de ritmo, dudas si llevas el correcto, si vas demasiado rápido y luego lo vas a pagar o si vas demasiado lento para conseguir la marca que quieres. Vamos controlando el tiempo de paso por cada kilómetro para tratar de llevar un ritmo regular. Por el camino te vas cruzando con muchas familias esperando a sus padres o maridos con carteles de ánimo, adelantas a corredores de todas las nacionalidades con banderas de su país, gente de pueblos cercanos que te saludan al pasar “Amo allá, aguilarenses”, incluso al corredor de las chanclas que recorre la distancia con semejante calzado. Me emociona ver a un corredor con una camiseta con la inscripción “Papá, va por ti”, o a familias enteras esperando a “Papá campeón”. Mientras, vas repasando muchos de los momentos vividos durante la preparación, las duras tiradas largas de los domingos de Moriles-Monturque-Aguilar, las series con el corazón en la boca a 200 pulsaciones, las cuestas bajo la intensa lluvia, los rodajes nocturnos a solas, las múltiples anécdotas de cada día y las bromas de los compañeros...
          A partir de la media empieza la verdadera maratón, las piernas pesan cada vez más y sin darte cuenta no puedes mantener el mismo ritmo, el reloj empieza a marcar tiempos peores, los cuádriceps se endurecen como piedras, algunos empiezan a tener calambres que pueden obligarte a parar para estirar, el más mínimo repecho parece el Tourmalet, te duelen los pies, tienes ganas de parar pero no lo harás, te has mentalizado para sufrir y lo estabas esperando sin temor.  Pepe se queda atrás afectado por los calambres y en el 26 no puedo seguir el ritmo de Pino y Antonio, decido coger mi ritmo y es entonces cuando me doy cuenta de que me quedan dieciséis kilómetros de sufrimiento en solitario, más de hora y cuarto de auténtico infierno. No voy bien y no voy a conseguir la marca objetivo. Creo que me ha afectado la deshidratación y me propongo acabar lo mejor que pueda sin sufrir demasiado, pero eso ya no es posible. Empiezo a tener problemas estomacales, no sé si ha sido el gel o el plátano y la falta de agua lo que me ha sentado mal y decido no tomar más geles y aprovechar todo el agua que pueda coger. Ya no ves nada, pasas junto a la catedral y ni te enteras concentrado en tu sufrimiento. En la Plaza de España tienes un subidón de energía ante la cantidad de gente animando y la vista espectacular. De ahí a la meta comienza lo más duro pero se hace más llevadero por la cantidad de personas que te animan a ambos lados dejando un estrecho pasillo por el que es difícil adelantar y te sientes como los ciclistas que ves en la tele subiendo un puerto del Tour.
          Entre el kilómetro 30 y el 40 es un calvario, estás vacío, no tienes fuerzas para dar un paso pero continúas a base de pundonor, el estadio ya está a la vista pero faltan unos kilómetros que se hacen interminables, ya solo piensas en acabar, dejas de mirar el reloj y te concentras en seguir avanzando una piernas detrás de otra mientras a tu alrededor ves muchos corredores andando, estirando en los bordillos, tirados en el suelo o atendidos por las asistencias sanitarias. No recordabas que fuera tan duro pero la meta está cerca. Te preguntas qué haces aquí, quién te habrá mandado venir y te juras que es la última vez que corres una maratón.

          Los dos últimos kilómetros te duele todo y no tienes fuerzas pero ya sabes que lo lograrás. Todas las dudas que has tenido hasta ese momento desaparecen y sabes que aunque sufriendo pero conseguirás llegar. Ya está aquí el túnel de entrada al estadio y la sensación es indescriptible, algo que quien no lo ha experimentado no puede saber lo que se siente, la felicidad debe ser algo parecido a esto, ya no pesan las piernas, pareces volar, nos acordamos de las duras semanas de entrenamiento, me alegro por el éxito de los compañeros. Te acuerdas de los que ya no están y de los que han llegado a tu vida, ves en la grada a la familia animando con un cartel que dice “Papá eres el mejor” y entonces no puedes contener las lágrimas, miramos al cielo emocionados mientras cruzas la línea de meta y como Filípides antes de desplomarse, exclamamos: Nenikékámen, Hemos vencido.

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