Yo gané la Carrera de Aguilar

     Último domingo de octubre. Como cada año, cambio de hora y Carrera Popular de Aguilar. Una fecha marcada en rojo en el calendario. Una cita ineludible para los aficionados al atletismo de nuestro pueblo, de toda la provincia y más allá, y eso significa que cualquier contratiempo menor, incluida una pandemia mundial, no es razón suficiente para impedirme disfrutar de mi adicción favorita. Esta noche no ha habido nervios que me dificultasen conciliar el sueño, durante las últimas semanas no ha habido entrenamientos intensos con ningún objetivo concreto, nada de series a tope en la pista del poli ni domingos yendo a Moriles, ni tampoco un descanso adecuado los últimos días (ayer por la tarde me metí hora y media). Reconozco que otros años me pesaba tener que disputarla, porque siempre quieres hacerlo lo mejor posible y eso te lleva a amar/odiar esta carrera por igual. Hoy todo será diferente. No imaginaba que la echaría tanto de menos.


            Llego a la avenida y no hay el ambiente espectacular de todos los años, no hay arco de meta ni pancartas, no escuchas al speaker animando ni ves la pantalla gigante, no disfrutas mirando las carreras infantiles, no ves a Capacha en todas partes controlando cada detalle para que todo salga a la perfección, no te detienes a apreciar el inmenso trabajo de la organización y de los compañeros del club que colaboran, no hay nervios en el estómago ni dolores psicológicos de última hora. Pero fiel a tu cita, allí estás puntual dispuesto a recorrer los 10 kilómetros como todos los últimos domingos de octubre de los últimos veinte años (con alguna ausencia obligada por lesión). Echas de menos la charla con los compañeros antes de empezar, compartir impresiones y expectativas, encontrarte con amigos que hace tiempo que no ves, la foto de grupo en la fuente, todo lo que la pandemia se llevó... El virus se llevó por delante la carrera de este año y con ella también la gala del club, una ocasión esperada cada año para compartir anécdotas y buenos momentos con los compañeros, pero volveremos con más fuerza el próximo año, no me cabe duda. 

            Hoy no hay apretones para entrar en el cajón de salida, no hay empujones para salir más adelante, no hay disparo de salida que te pone la carne de gallina... tan solo miras el reloj, compruebas que es la hora y sales en solitario a recorrer las calles de Aguilar, eso sí, con la mascarilla puesta para cumplir con todas las normas sanitarias. Me sorprende que a pesar de que hoy no hay que mirar el reloj ni forzar mis límites, siento cierto nerviosismo y emoción al empezar que me hacen llevar un ritmo más rápido del que pretendía. Echo de menos los gritos de ánimo y los aplausos de la gente cuando las fuerzas flaquean, echo de menos la charanga en la fuente y la banda de música en el llano tocando la banda sonora de Rocky que te da un subidón enorme, sin embargo me llevo una gran alegría al comprobar que Yago sí está allí y parece bastante recuperado. Sufro como siempre al subir a la plaza y a la glorieta de Guerrero y disfruto de la recta de meta aunque no haya nadie para reconocer mi esfuerzo.

            He llegado el primero y el último. Nunca imaginé que llegaría el primero en la carrera de Aguilar. Puede que las circunstancias sean especiales, pero aun así me siento ganador, por haber podido disfrutar un año más de la carrera de mi pueblo, por haber recorrido las calles entre miradas de asombro, por haber resistido las duras cuestas del recorrido, por haber celebrado con emoción la llegada a meta, porque ningún virus maldito haya conseguido arrebatarme las ganas de seguir corriendo... y lo he hecho para reivindicar que el deporte es salud y es seguro, que correr es nuestra forma de vida, no un capricho pasajero de cuatro locos como algunos piensan, que los corredores solo contagiamos ilusión, esfuerzo y ganas de vivir, y lo he hecho por todos los que hubieran querido estar hoy aquí y no han podido hacerlo. Por mí y por todos mis compañeros. Amo allá.


Por Bernardo Claros


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